El término vinyasa es uno de mis preferidos en el mundo del yoga. Es una de esas palabras que abarcan diversos conceptos, y además, de significado profundo.
Cuando pensamos en vinyasa, lo primero que se nos viene a la mente es el estilo de yoga con este nombre. Este estilo se caracteriza por unir las poses en secuencias en las que el cuerpo se mueve guiado por el ritmo de la respiración. Es un estilo muy creativo y también se le llama Flow Yoga, porque dejamos que el cuerpo fluya a través de los movimientos y la respiración.
Otro concepto al que nos referimos con vinyasa es una secuencia muy particular, que se repite numerosas veces en la práctica y que puede usarse como transición entre diferentes partes de la misma. Esta pequeña secuencia llamada vinyasa incluye las poses de chaturanga, perro boca arriba (urdhva mukha svanasana) y perro boca abajo (adho mukha svanasana).
Si indagamos más en el significado de este concepto, entendemos que vinyasa es una progresión natural en la que las cosas ocurren. Paso a paso vamos de un lugar a otro, y cada paso es esencial para la totalidad de la experiencia. En un sentido literal en la práctica de yoga, esto significa que nos movemos de una pose a otra de forma apropiada y consciente, en una cadena de movimientos que nos lleva a nuestro objetivo final de forma segura.
No es difícil trasponer esta idea a la vida cotidiana. Podemos apreciar la esencia de vinyasa en las rutinas o rituales que realizamos en el día a día. Lo percibimos perfectamente en el principio de la causa y efecto, cuando comprendemos que todo lo que nos ocurre, tiene su origen en algo anterior. Visto de esta forma, vinyasa resulta una especie de danza con el universo, y dependiendo de hacia dónde nos movamos, así evolucionará esta danza de forma fluída o quizá con algún traspiés de vez en cuando.
Con el tiempo veo claramente la existencia de esta danza. Curiosamente siempre que mi marido me preguntaba cómo me había ido el día, si había sido un día fantástico mi respuesta era “que todo fue genial porque porque todo fluía.” No siempre era consciente del alcance de lo que estaba diciendo. Existía la sensación de fluidez, pero no comprendía lo profundo de lo que acababa de decir. Porque lo cierto es que cuando un día es maravilloso, es así ni más ni menos porque estás en comunión con tu vinyasa. O en otras palabras, ese día has estado en sintonía con el universo. No es de extrañar que un día parezca maravilloso si uno está en armonía con todo el universo, ¿verdad? Llegar a esa conclusión es algo que te abre los ojos de par en par.
Para seguir el curso natural de esta danza, debemos prestar atención a los pasos que tomamos: dónde me encuentro ahora mismo y adónde quiero llegar. En la vertiente de la práctica de asanas, tomarnos en serio la idea de vinyasa significa aceptar que la práctica es diferente cada día, porque cada día nos encontramos en un lugar diferente externa e internamente. No debemos ignorar quiénes somos en cada momento. Por poner un ejemplo muy claro, hacer una práctica muy fuerte cuando realmente lo que necesitamos es descansar, sólo porque pensamos que nuestra práctica debe ser así o que nosotros debemos ser más fuertes o demostrar algo. Para entrar en sintonía, el principio de la práctica se centra en conectar con nuestro estado físico, mental y emocional, que determinará cómo será la práctica. El comienzo puede incluir ejercicios de respiración, movimientos fluidos lentos o una pequeña meditación. Luego, ya dentro de la práctica, la respiración es un ancla fantástico para concentrarse y un indicador infalible para detectar cuándo nos estamos desviando del flujo natural. Se trata de entrar en una danza con una determinación libre de esfuerzo. Por algo se llama danza, y no lucha.
Practicar yoga a través de esta idea de vinyasa nos ayudará en la vida diaria, en el sentido de ofrecernos claridad a la hora de tomar decisiones en base al respeto de nuestras necesidades y aspiraciones. El universo quiere que seas feliz, que estés sano, que te sientas realizado y protegido. Es por eso que nos avisa cuando algo no está alineado con nuestras necesidades y aspiraciones. Hay montones de ejemplos para ejemplificar esto. Cuando comemos algo que nos sienta mal, pero seguimos haciéndolo porque lo hemos comido toda la vida y no queremos cambiar las costumbres. Cuando elegimos realizar actividades que no nos aportan energía, sólo porque es la vía más fácil para llenar el tiempo. Cuando mantenemos relaciones que nos hacen daño, sólo porque llevamos tantos años en ella. Cuando hacemos o decimos las cosas sin pensar, sabiendo que no reflejan nuestra esencia real, simplemente porque no queremos cuestionar nada, y menos a nosotros mismos.
Lo hemos escuchado tantas veces, que parece hasta superfluo: debemos entender de dónde venimos y adónde vamos. En efecto, de eso se trata y del mismo modo que ocurre con la práctica de yoga, todo es cuestión de seguir practicando. Realizar introspección, con los medios de los que dispongamos. No tiene por qué ser yoga o meditación, si estas prácticas no te resultan cercanas, si no están en sintonía contigo. Nadie mejor que tú puede saber qué te hace sentir más en armonía.
Tal y como profundicemos en esta práctica, nos daremos cuenta que hay tantas oportunidades para practicar como momentos tiene la vida. Al final de la clase de yoga, la práctica de vinyasa continúa según la forma que doblamos la manta, colocamos los bloques, nos movemos alrededor de los demás. Y sigue, en la forma en la que volvemos a casa, qué energía nos llevamos con nosotros. Sea lo que sea que ocurra después de cada acción, podemos decidir realizarla con total consciencia, de la mano de vinyasa, o entrar en autopiloto y perder la sintonía de esta bella danza. Pero lo más hermoso de todo, es que incluso cuando perdemos el ritmo y desconectamos del flujo natural, siempre podemos volver a entrar de nuevo. Esta es la práctica real, la práctica de la vida.
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